lunes, 27 de mayo de 2013

Marketing Operativo Actual



En un mundo de desarrollo y globalización, el más pudiente o aquella empresa con mayor producción irónicamente no siempre tiene la ventaja; pero, aquella que determine el comportamiento e interacción de la sociedad que lo rodea orientándolo a la funcionalidad y calidad de su marca, es quien va a determinar la fidelidad de un brand lover más allá del producto que disponga en el momento.

Sin embargo, desde mi punto de vista, existe un tema que se debe abordar más allá de la calidad o rentabilidad de un negocio; sin duda alguna, es la sensibilización de los clientes. Teóricamente se habla de atributos, propiedades, calidad sobre reembolso o rentabilidad de un producto de una marca determinada, pero las organizaciones pasan por alto la satisfacción de los consumidores o clientes alternos sin percibir que sus ingresos y presagios no representan nada con la insatisfacción de un usuario porque eso los condena a perder diez más. Por ende, lo esencial es prever un plan permanente de conservación y potenciación con base en la información eficaz sobre los consumidores para brindarles lo que necesitan porque en función a eso se va a manejar la interacción necesaria para generar exclusividad.

Es fundamental mantener y sobrellevar las relaciones estables, ya sea con clientes internos, externos o proveedores, en vista que son la base para un escenario comercial, pues la personalización y el factor de información o conocimiento sobre ellos creará la atención y sensibilización que deben percibir para que sientan que la empresa se preocupa y se ocupa de ellos.

Para velar por los intereses transaccionales de las organizaciones la clave es dejar a un lado la deshumanización, para así, tomar nuevas actitudes con base en la confianza de los clientes / consumidores de la empresa que los lleve a ser perdurables en el tiempo. De ahí proviene el éxito sustancial del marketing empresarial.

Luzmar Correa
Almarza Group
Consultora 

El Árbol de la India





A lo largo del tiempo diferentes personajes de la historia han hablado y abordado el tema de la superación personal, de cómo es el hombre, de cómo nos relacionamos e interactuamos con los demás, y quienes no nos hemos dedicado a estudiar la complejidad y los estados del ser humano, si se quiere de una forma metafísica o filosófica, hemos visto las teorías y pensamientos de estos como grandes descubrimientos sin darnos cuenta de que somos nosotros quienes escribimos realmente esos postulados al ser quienes los vivimos y marcamos las “tendencias” y los cambios. 

De Oriente o de Occidente, las sociedades crean y siguen patrones de comportamiento, aprenden de las experiencias y cambian, confeccionan valores y gestan antivalores, forman y deforman ciudadanos y sobre todo creen y profesan lo éticamente correcto, pero hacen lo estructuralmente práctico y complaciente para sus modos. 

Es lugar común encontrar en los espacios en los que se desenvuelven los seres humanos al mejor estilo “norma de vida” frases como: “No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia” (Ghandi), “Todo parece imposible hasta que se hace” (Nelson Mandela), “Obligarse uno mismo a hacer lo que sabe que es correcto e importante, aunque difícil, es el mejor camino hacia el orgullo, la autoestima y la satisfacción personal” (Margaret Tatcher), “Lo urgente generalmente atenta contra lo necesario” (Mao Tse-Tung), “Me afecta cualquier amenaza contra el hombre, contra la familia y la nación. Amenazas que tienen siempre su origen en nuestra debilidad humana, en la forma superficial de considerar la vida” (Juan Pablo II). 

Pero por rodearnos de ellas ¿realmente somos agentes evangelizadores de estos pensamientos que esencialmente son formas de vida? ¿Los hacemos tangibles en acciones que motiven al conjunto que nos rodea? ¿Estas ideas profesan lo que somos o exponen lo que sabemos debemos entender para llegar a hacer? 

El árbol indio, aunque no escribe todas estas frases en sus escenas, es una idea en sí misma que en su forma apoya lo aquí citado pues con él podemos darnos cuenta cómo de un ambiente donde el denominador común es la deshumanización puede surgir la voluntad, la motivación, la cooperación y la solidaridad condicionada no por el dinero, no por la recompensa de alguna obtención material, sino el beneficio que trae consigo apoyar en la individualidad motivando al colectivo para el beneficio común. 

No se trata de profesar el deber ser, se trata de entender que como seres humanos percibimos de manera distinta y dentro de esos aspectos que nos diferencian del resto tenemos que, dada la dinámica actual tan paradójicamente globalizada pero individualista, poner al servicio de nosotros mismos y de los demás la capacidad de raciocinio del hombre, de manera que Nelson Mandela estaba en lo cierto al asegurar que “nada resulta tan deshumanizador como la ausencia de contacto humano”. Es entonces imperativo pensar en el conjunto como la forma de superación particular y dejar de darle fuerza a las palabras de la muy criticada por muchos, Margaret Tatcher: “Nadie recordaría al buen samaritano, si además de buenas intenciones no hubiera tenido dinero”. 

Aunque idealista, pero no por eso imposible, “no debemos perder la fe en la humanidad que es como el océano: no se ensucia porque algunas de sus gotas estén sucias”, tal como afirmaba Ghandi. En este sentido hay que apostar porque las palabras de los grandes personajes de la historia, como los aquí evocados, no sólo se ubiquen en las tablas que decoran los hogares y oficinas con lindos adornos y colores, sino en los pensamientos y estructuras de acción. 

No importa que vivamos en la misma casa o en una diferente a la persona que tenemos al nuestro lado, ni que compartamos la misma educación, hábitos o costumbres. Lo importante es darnos cuenta que dentro de sus posiciones y líneas de pensamientos Ghandi, Tatcher, Mandela, Juan Pablo II, Mao Tse-Tung puede que no provengan de la misma cultura, ni profesen la misma religión; puede que tengan posiciones distintas y no sean ni de la misma época ni del mismo territorio, pero sus ideas se tocan al todos querer construir un mundo en donde si hay un tronco caído que colapsa la ciudad, podamos soltar nuestros bolsos sin miramientos -tan sólo por un segundo- para empujar hasta quitarlo y entonces obtener una recompensa colectiva.








Daniela León y Luzmar Correa

Consultoras